Inauguración Muestra Fotográfica

Fotos de María Fernanda Morana

Muestra fotográfica

Prekton

Producto del insomnio?

Apenas una vaga idea de una melodía trunca...

Insomnio


Los avances científicos y tecnológicos de nuestra sociedad han permitido esclarecer muchos de los mecanismos que subyacen ocultos en las complejas estructuras de los seres vivos. Hemos llegado a descifrar los elementos básicos del intrincado código genético, los procesos de reproducción celular, las funciones e interacciones de los distintos órganos y hasta los motivos por los que estornudamos cuando comemos una mandarina bajo el fuerte sol del mediodía. Pero hay un órgano que se resiste a ser totalmente develado: el cerebro. Su complejidad supera todavía nuestro completo entendimiento, y es así que hemos ideado y fabricado cada vez más avanzadas computadoras que de una forma u otra no hacen más que tratar de emular su funcionamiento. Hemos formulado abstracciones matemáticas y teorías que intentan poder explicar lo que el cerebro hace, y hasta cierto punto hemos sido exitosos. Pero hay fenómenos que todavía no han podido ser cabalmente explicados y que quizás nos tome un largo tiempo poder hacerlo. El sueño es uno de ellos.
Dormir es una necesidad vital, y si no lo hiciéramos simplemente moriríamos. Todas las aves y los mamíferos lo hacen. Los seres humanos dedicamos aproximadamente un tercio de nuestras vidas a esta actividad y decimos que lo hacemos para descansar. Paradójicamente, el cerebro no descansa, ya que se produce una intensa y compleja actividad durante el sueño. Y si bien son varias las teorías, las más acertadas parecen ser las que de una u otra forma proponen que el cerebro necesita colocarse “fuera de línea” para poder realizar ciertas funciones de mantenimiento que no son posibles durante la etapa conciente. Claramente estas funciones son de vital importancia. Está comprobado que una persona privada del sueño por más de setenta horas se torna altamente irritable, comienza a perder la memoria y su conducta se desestructura. Esto casi he podido comprobarlo en un par de oportunidades –algunos dirían que siempre- en las que por motivos laborales requería terminar un trabajo antes de una fecha determinada lo que me obligó a permanecer despierto y en intensa actividad por casi sesenta horas corridas. Pudiera detallar innumerables sucesos, pero sólo voy a mencionar que pasadas las cuarenta horas de vigilia las alucinaciones son de importancia. El señor que nos mira desde la puerta no está realmente allí, sino que somos nosotros mismos mirándonos. El sonido del ventilador del aire acondicionado se transforma en una vaca (nunca pude explicar porqué) y el cálculo del costo financiero por inmovilización de stock resulta dulcemente poético poco antes del amanecer del tercer día.
Desde la antigüedad nos llegan historias que hablan de intentos por vencer al sueño. Tal es el caso de Gilgamesh –del cual sabemos gracias a las más primitivas tablillas sumerias- quien en su búsqueda de la inmortalidad llegó a dar con Utnapishtim, más conocido como Noé por los occidentales. Utnapishtim conocía el secreto de la inmortalidad, pero no consideraba a Gilgamesh con el mismo derecho que él –héroe del diluvio- para obtenerla, por lo que lo desafió a permanecer despierto por seis días y siete noches. A pesar del inmenso esfuerzo, Gilgamesh no pudo soportar la vigilia continua, y jamás obtuvo el conocimiento de la inmortalidad. Varios milenios más tarde el británico Tony Wright obtuvo el récord mundial de vigilia en 2007. Gracias a una dieta especial y estrictos controles logró permanecer despierto por 266 horas (poco más de once días) sin sufrir daño cerebral permanente. Aparentemente no obtuvo la inmortalidad, pero sus alucinaciones seguramente superaron por lejos a la poesía financiera.
Si bien dormir es un proceso natural, a veces algo falla y el sueño no llega. Esta ausencia de sueño es lo que denominamos comúnmente insomnio. En términos simples y generales, podría definirse el insomnio como la dificultad –y a veces la imposibilidad- de conciliar el sueño a la hora de acostarse. Las causas pueden ser variadas y de distinto origen, pero la más común suele deberse al estrés provocado por problemas en el trabajo, trastornos familiares, sentimentales, dificultades económicas, y otras tantas preocupaciones a las que estamos acostumbrados los humanos. El no poder conciliar el sueño durante mucho tiempo llega a causar múltiples problemas en el individuo. La falta de descanso adecuado, sumada a la ansiedad creciente por no poder dormir, empieza a retroalimentarse para complicar más el cuadro a tal punto que la situación termina agravándose aún luego de haber desaparecido la causa inicial. Comienzan a aparecer consecuencias como falta de concentración, fatiga constante, bajo rendimiento –entre otras- y en algunos casos hasta cuadros severos de depresión.
A las tres de la mañana los problemas se intensifican. Somos capaces de tomar las decisiones más drásticas ya entrada la madrugada. Decidimos renunciar a ese trabajo que nos agobia o abandonar a quien fuera el amor de nuestra vida con tal de detener el sufrimiento. No existen salidas fáciles de la cárcel del insomnio. Y algunos espíritus sin la suficiente fortaleza llegan a desear el final por cualquier medio que esté a su alcance. Si bien no hay estadísticas concretas, es generalmente aceptado que la tasa de suicidios es mayor durante la noche y a la madrugada. “La fiebre de un sábado azul y un domingo sin tristezas / esquivas a tu corazón y destrozas tu cabeza / y en tu voz sólo un pálido adiós / y el reloj en tu puño marcó las tres…” cantaba Charly en “Viernes 3 AM”. Si bien hablaba de otra clase diferente de “suicida”, sí se refería claramente a un insomne.
Millones de personas sufren de insomnio y buscan desesperadamente combatirlo con los métodos más variados. Sin embargo, sólo unos pocos han llegado a descubrir el verdadero secreto: el insomnio es algo de lo cual podemos sacar ventaja. Hay cientos de ocupaciones que pueden realizarse durante el insomnio. Desde actividades simples como jugar con la Playstation o investigar en Internet hasta cosas más productivas como ordenar la biblioteca o reparar una cerradura. Es también popularmente conocido que la actividad creativa de muchos artistas ocurre mayormente a altas horas de la madrugada.
El insomnio se disfruta mejor con un buen whisky de 18 años y blues clásico. En situaciones de soledad es mejor un single malt, y si bien tanto Albert King como Buddy Guy, Stevie Ray Vaughan o Eric Clapton funcionan perfectamente, un Etiqueta Verde combinado con Robert Johnson sencillamente no tiene comparación alguna.
A veces el insomnio llega en forma repentina y sin aviso. A juzgar por las teorías del sueño, pudiéramos estar en presencia de una situación de cuidado, ya que quizás algún proceso cerebral se esté ejecutando fuera de fase y habría que estar preparados para las posibles consecuencias. Tal es quizás una situación que viví hace tiempo, pero que recuerdo vivamente hasta el día de hoy…

Eran más de las tres de la mañana. Me desperté inquieto, ansioso, preocupado. Hacía calor como todas las noches de aquel enero de 1998 en Buenos Aires, pero no era la temperatura lo que me había despertado. Tampoco era un ruido, ni el viento, ni la sed, ni la falta de aire. La quietud de la noche era total, absoluta. Permanecí inmóvil unos instantes tratando de entender porqué había despertado. No recordaba ningún sueño, no sentía ninguna incomodidad. Me incorporé en la cama como decidido a algo, sólo que no sabía precisamente a qué. Me puse de pie…
Nada.
Nada pasaba, ni autos pasaban, hasta me pareció percibir que ni el tiempo pasaba. Intrigado, caminé lentamente a través de la oscuridad hasta la sala.
Nada.
Decidí salir al balcón y observar la calle, quizás encontraría algo que me indicara el motivo de mi repentino insomnio. No había dado ni dos pasos cuando algo a la izquierda llamó mi atención. Me detuve y volteé la cabeza. En medio de penumbras se divisaba claramente el tenue reflejo de las blancas teclas de mi piano eléctrico, y de alguna manera supe inmediatamente que había encontrado la razón de mi desvelo. No sabía concretamente cuál era el motivo, pero sin lugar a dudas tenia que ver con el piano. Atraído por la curiosidad me senté y conecté los auriculares. No se me ocurría otra cosa más que hacer música. Sin pensar siquiera presioné la tecla “Rec” del secuenciador y comencé a tocar. Mis dedos fluyeron como no lo hacen nunca, y toqué de principio a fin algo totalmente desconocido para mi. Al terminar, presioné "Stop" y apagué el piano. La ansiedad, la preocupación y la inquietud habían desaparecido por completo. Respiré pausadamente y relajado, satisfecho. Permanecí sentado inmóvil y en silencio durante segundos, minutos, no sabría decirlo. El sueño se había apoderando de mi y sin mas vueltas me fui a la cama a dormir.
El hecho habría quedado borrado de mi memoria conciente si no fuera por que semanas más tarde, sin querer, descubrí por accidente que había algo grabado en el secuenciador del piano. Mientras escuchaba las primeras notas llegué a pensar que era un demo de fábrica que se había disparado por alguna combinación de teclas desconocida. Pero a medida que sonaba me di cuenta que no, y que además era muy diferente a la música que solía escuchar normalmente. No fue sino hasta que escuché la pieza por completo que vino una vaga imagen a mi mente y súbitamente recordé aquella noche de insomnio.
¿Sería posible que yo hubiese tocado esa pieza desconocida y extraña para mi? ¿En una tonalidad tan atípica y con arpegios abiertos de acordes extrañamente alterados?
Decidí tocarla y me di cuenta que no podía. No eran notas familiares, y los dedos me quedaban incómodos para esa tonalidad. Tuve que dedicarle mucho esfuerzo y al menos un par de horas hasta poder reproducir más o menos fielmente lo que estaba almacenado en la
memoria del piano. Consideré que la pieza y su origen eran lo suficientemente extraños como para dejar un registro mejor grabado y así lo hice. Un programa de secuencia en una computadora y un grabador a cassette fueron más que suficientes, y con el tiempo olvidé por completo la pieza. Unos meses mas tarde descubrí que no sabía como tocarla, ni siquiera la tonalidad. Apenas una vaga idea de una melodía trunca. A tal punto llegó el olvido que tuve que recurrir al cassette y a un buen rato de práctica para volver a tocarla. Muy extraño en mi, que muy poco o casi nada que realmente me interese escapa completamente de mi memoria. Pero quizás esto no sea lo más extraño. Lo cierto es que este olvido y posterior recuerdo -cassette mediante- sumado a unas horas de práctica ya ha ocurrido varias veces a lo largo de los años. Sin ir más lejos, en este preciso momento no puedo recordarla, ni su tonalidad ni sus acordes ni arpegios. Apenas una vaga idea de una melodía trunca…

Varias intrigas dan vuelta por mi mente respecto de este suceso. He llegado a pensar que jamás compuse esa pieza y que en realidad alguien que desconozco entró a mi casa y la grabó en mi piano sin que yo supiera, aunque quiero creer que es altamente improbable que algo así sucediera. Pudiera ser algo de origen más místico o de un plano paranormal donde alguien o algo me “dictó” la pieza, pero además de que me cuesta creer semejante cosa no entiendo cuál seria el objetivo. Mi mente racional y de ingeniero tiende a adjudicarle algún origen más concreto. Y si las teorías sobre el sueño y lo que se desenvuelve en el cerebro son ciertas, bien pudiera tener una explicación asociada al insomnio.
Si alguno de los procesos cerebrales de mantenimiento que requieren poner al cerebro fuera de línea y que ocurren normalmente durante el sueño, por algún motivo se activó durante mi insomnio aquella noche, entonces quizás fue el causante que desencadenó algo que mi mente conciente no puede procesar. Cualquiera sea el caso, está claro que el insomnio produce consecuencias.

A esta altura no hace falta aclarar que padezco de insomnio. Ni que lo disfruto plenamente…

Reencarnación



Debo confesarlo: yo creo en la reencarnación. Quienes me conocen bien –y a mi mente de ingeniero- dirán que he enloquecido una vez más. Y una vez más, no trataré de defenderme de tal afirmación. Pero quizás algunos debieran replantearse lo que creen. O al menos aceptar que dado que no podemos saber todo, nuestro conocimiento será siempre parcial y por lo tanto la verdad absoluta estará siempre fuera de nuestro alcance.

La noción de que en nuestro cuerpo material vive una esencia espiritual inmaterial está universalmente difundida. Desde los tiempos más remotos nos llegan textos que hablan de la diferencia entre el cuerpo, el alma inmaterial, y en muchos casos también del espíritu como una tercera entidad inmaterial.
Como ejemplo común y conocido por la mayoría occidental podemos tomar la Biblia. En los textos bíblicos hebreos encontramos numerosas referencias al alma como “nephesh”, traducida en general como “ser viviente”. A diferencia del cuerpo (“basar”) el alma habita en éste y le otorga las facultades de acción, emoción, pensamiento, que lo definen como individuo. El espíritu (“ruaj”) es interpretado en general como un “aliento de vida” atribuido a la divinidad que hace posible que el alma viva en un cuerpo.
Estos tres conceptos que a simple vista y por separado parecen simples, combinados toman una dimensión tan compleja que han generado infinidad de creencias, filosofías, teologías y debates que superan lo imaginable para el común de la gente.
A efectos de tratar de asemejarlo a algo más tangible para hacerlo entendible –si esto es posible- mi mente de ingeniero utilizaría el ejemplo de una computadora moderna. El hardware compuesto por los circuitos, plaquetas y componentes electrónicos sería el equivalente al cuerpo. Por sí solo es absolutamente inútil porque no funciona a menos que lo dotemos de un alma. Esta estaría formada por el sistema operativo y programas que le permiten realizar acciones como calcular, dibujar, jugar, comunicarse, tocar música, y otras maravillas a las que estamos acostumbrados. Pero esto tampoco es suficiente. Necesitamos de un “aliento de vida” externo provisto por la divinidad que haga que todo realmente funcione a la perfección: la energía eléctrica.

Así, han existido diversas culturas que a lo largo de los milenios de la humanidad han dado forma a sus creencias sobre la vida y la muerte, de dónde venimos, hacia dónde vamos, quiénes somos en realidad y de qué estamos hechos. Y si toda la angustia humana pudiera sintetizarse en una sola pregunta, quizás ésta sería: ¿Qué sucede cuando morimos? Nadie ha podido responderla en forma contundente e indiscutible. Lo que sí sabemos es que al menos nuestra esencia espiritual vive una vida con nuestro cuerpo en la Tierra por los años que nos toquen en suerte. Algunos creen en una existencia posterior en otra dimensión, cielo, paraíso, infierno, o algún otro lugar que el hombre ha sido capaz de imaginar. Otros no. Y algunos otros creemos que volvemos a vivir en otro cuerpo.
Sin embargo, la creencia de que esa esencia espiritual vive no una, sino varias veces en distintos cuerpos materiales en la Tierra, está vinculada mayormente a las culturas orientales, y es lo que se ha dado en llamar “reencarnación”.
Usualmente la reencarnación está asociada también al concepto de “karma”, el cual establece que cada alma pagará por su comportamiento bueno o malo de su vida anterior en su próxima reencarnación, ya sea reencarnando en un ser superior o inferior, evolucionando eventualmente hasta llegar a un estado espiritual puro donde ya no sean necesarias más reencarnaciones.
Es quizás el concepto más elaborado de todos los que se conocen. No es fácil aceptarlo racionalmente, pero es muy tentador creer en él por lo sofisticado, por lo poético, por su concepto de evolución, y sobre todo porque calma la angustia básica y primitiva que todos llevamos dentro.

A lo largo de nuestra vida nuestros cuerpos cambian. Según pasan los años crecemos en estatura, en grosor, en peso y también en aspecto. Nos miramos al espejo todos los días y quizás no nos damos cuenta, hasta que un día notamos que nos está creciendo la barba, o que nos parecemos a una foto de nuestro padre, o que ya nos salió una cana, o que ya ni canas tenemos. Es un hecho conocido que los tejidos corporales sufren de una renovación constante. Las células se dividen en dos nuevas células que a su vez vuelven a dividirse, una y otra vez. Sin embargo, en 2005, Jonás Frisen, un biólogo sueco que trabaja con células madre en el instituto Karolinska de Estocolmo, ideó e implementó un método para calcular la edad de las células humanas. El objetivo era saber hasta cuándo se renovaban y cuánto vivían las células más viejas. El resultado fue que a tal punto llega esta renovación, que para sorpresa de muchos, Frisen pudo demostrar que la edad promedio de la totalidad de las células de un ser humano adulto puede estimarse en apenas 10 años. Mediante métodos muy sofisticados que miden el enriquecimiento de carbono 14 del ADN, se puede determinar la edad de las células de los tejidos. De esta forma se ha podido confirmar que por ejemplo las células de la piel se reciclan por completo aproximadamente cada dos semanas, los glóbulos rojos viven unos cuatro meses y las células epiteliales del aparato digestivo alcanzan a vivir un máximo de cinco días. Como contrapartida las células de algunos músculos llegan a durar unos quince años, y los huesos se renuevan lenta pero constantemente. Se estima que en un adulto todos los huesos del esqueleto humano son reemplazados aproximadamente cada diez años, con equipos conformados por células de disolución y de reconstrucción combinándose para remodelarlo.

Todos sabemos positivamente que nuestro cuerpo cambia con el tiempo, pero bajo esta nueva luz científica, estaríamos en condiciones de aseverar que hacemos uso de varios cuerpos totalmente diferentes a lo largo de nuestra vida. Desechamos uno gradualmente y generamos otro. Parecido quizás en aspecto, pero otro cuerpo al fin. Sus células ya no son las mismas. El cuerpo que tengo hoy no es el mismo que hace 20 años, es simple y llanamente otro. No estoy más gordo que cuando iba al colegio secundario, el problema es que me cambiaron el cuerpo por este otro que viene con rollitos en la panza y tiene más lunares en la espalda.

Pero hay una inquietante excepción a esta renovación celular. Algunos tipos de células perduran prácticamente sin casi renovarse desde el nacimiento y nos acompañan hasta la muerte. Estas son las neuronas de la corteza cerebral y las células musculares del corazón.
Decimos que pensamos con nuestro cerebro, pero que sentimos con nuestro corazón… Nuestros pensamientos y nuestros sentimientos son lo que le dan acción, movimiento, vida a nuestro cuerpo. Son el sistema operativo y los programas que nos permiten calcular, dibujar, jugar, comunicarnos, tocar música y otras maravillas a las que estamos acostumbrados. Y si el resto de nuestro cuerpo no es el mismo ¿No es acaso lo único que no cambia lo que nos define como personas, como seres individuales y únicos? ¿No es esto el alma acaso? ¿Tan simple como que en nuestro cerebro y en nuestro corazón habita lo que nos define como ser viviente y por eso es lo único que no desechamos? ¿Es esta el “nephesh”, el alma que habita en nuestro cuerpo cambiante?

Y así nuestra alma vive una vida en distintos cuerpos en la Tierra, y dependiendo del trato que le demos a cada uno de esos cuerpos, será el karma que deberemos pagar en el próximo. Si abusamos de alguno de ellos, no esperaremos demasiado del próximo. Si lo cuidamos, quizás tengamos varios cuerpos más. Y vamos aprendiendo con los años, con la experiencia, con nuestros aciertos y errores, reencarnando en un ser mejor o peor, hasta alcanzar el momento en que ya no es necesario reencarnar más…

Y sí, yo creo en la reencarnación.

Su realismo


El arte me apasiona en casi todas sus formas, expresiones y filosofías, pero si hay una que especialmente llama mi atención es la corriente que ha dado en denominarse “surrealismo”. Este movimiento surgió a principios del siglo XX en Francia a partir del dadaísmo y estuvo fuertemente relacionado a la figura del poeta André Breton, quien estaba en la búsqueda de una forma de expresión que no siguiera un patrón racional y estructurado. Breton buscaba una forma de expresión libre de toda convención preestablecida, donde el dictado del pensamiento no estuviese limitado solamente por lo racional o por la realidad. En 1924, Bretón escribió lo que se conoce como el “Manifiesto Surrealista”, donde entre otras ideas expresa:
"…El surrealismo se basa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación previamente desdeñadas, en la omnipotencia del sueño, en el desinteresado juego del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos para resolver los principales problemas de la vida.”
Me llama poderosamente la atención la creencia en una “realidad superior”, la cual según este movimiento, no es posible alcanzar mediante el pensamiento racional y lógico, sino por el contrario dejando fluir las ideas en forma libre y sin convencionalismos. Dicho en términos más simples y directos: existe una realidad superior donde todo es posible. En esa dimensión una silla y un gato vuelan, un reloj se derrite colgado de una rama, o los elefantes caminan con patas de decenas de metros de largo (tan sólo por mencionar una fotografía de Halsman o un par de cuadros de Dalí).
Como si la idea rectora y básica fuera poco, Bretón estableció además el concepto de “psicología surrealista”, que se centra en el inconsciente. En este lugar de la psiquis humana, la realidad no se hace objetiva, sino que pasamos a formar parte de ella como un todo. Esto se hace más evidente en los sueños, o cuando suceden eventos azarosos únicos o significativos. Durante estos eventos azarosos únicos es donde coincide el deseo o pensamiento particular de la persona con lo que el universo pone a su disposición.
Aunque parezca increíble, puedo ejemplificar el concepto con algo que me acaba de ocurrir. Mientras escribía, encendí la televisión para romper un poco el silencio reinante en mi casa. El aparato estaba sintonizado en el canal Film & Arts, donde casualmente están transmitiendo un programa sobre artistas surrealistas. Es -quizás- una asombrosa coincidencia, pero la sorpresa es grande por el hecho de estar justamente escribiendo sobre el tema, lo que me afecta emocionalmente y hace de esta casualidad algo significativo. El psiquiatra Carl Jung dedicó parte de sus últimos estudios a este extraño fenómeno al cual denominó sincronismo.
Este último concepto -sumado a lo anterior- es lo que a mi entender hace más atractivo al surrealismo: la ocurrencia de un evento irracional, ilógico, azaroso en su apariencia pero significativo, y que nos afecta emocionalmente.
Así, considero que el surrealismo no es sólo un movimiento artístico, sino que es parte de la vida misma. A muchos de nosotros nos suceden a veces eventos surrealistas (como el programa de televisión mientras escribía), pero a algunos les suceden más que a otros. Y hay un número selecto de individuos a quienes pudiéramos considerar “artistas” no por ejercer algunas de las formas convencionales del arte, sino por su vida misma, por las cosas que les suceden a diario, por vivir una realidad alternativa, su propia realidad, por “su realismo”. Tal es el caso de mi sobrino Cany, quien posee la extraña habilidad de estar casi siempre involucrado en los eventos más insólitos e inverosímiles que pueden sucederle a un ser humano. Si no lo conociera y me contaran algunas de sus “obras de arte”, sencillamente no las creería. Pero de algunas fui testigo presencial, y de otras no tengo ningún motivo para dudar de su palabra dado que lo conozco demasiado bien. Le suceden cosas tan insólitas y simples como que no se abra a su paso una puerta automática en un aeropuerto y sí lo haga cuando otra persona cualquiera se acerca, hasta otras tan complejas e improbables como ir caminando por una calle en Nueva York y pasar casualmente por donde están filmando una película, para meses más tarde en el cine descubrirse en medio de la escena principal junto con un par de renombradas estrellas de Hollywood.
Y volviendo al concepto extendido de arte surrealista como “
la ocurrencia de un evento irracional, ilógico, azaroso en su apariencia pero significativo, y que nos afecta emocionalmente” viene instantáneamente a mi mente una de sus “obras” la cual intentaré reproducir de la forma más fiel posible a como Cany -su artista- la describe: 

"Corría el año 2004, tan sólo un par de semanas después de haber llegado a Buenos Aires. Esa mañana, había salido temprano del hotel Ayamitre -que en ese momento era mi hogar- y apenas a unos pasos de distancia, esperaba parado en la esquina de la calle Ayacucho y Perón. Como es usual en algunas calles de esta ciudad, corría agua por el costado de la calle -bastante agua- la que tendría que intentar saltar cuando la luz del semáforo me habilitara a cruzar. El cálido sol matutino de febrero pegaba tibiamente en la cara, y a pesar del smog y las bocinas de los automóviles, la combinación de los elementos naturales como el agua y el sol, de alguna forma exorcizaban el ambiente urbano para transmitir una sensación de embrujo que casi hacía detener el tiempo. Mi mirada flotaba sin fijarme en nada ni en nadie, tan sólo contemplaba la magia del momento que transcurría indiferente a la gente, al ruido de motores, los taxis, los colectivos, los grises edificios...
El impacto fue tan duro que sentí que se me paralizaba el corazón. El dolor en el pecho muy fuerte, más fuerte que un golpe de puño directo al esternón que me dejó sin aire, pero extrañamente no había ninguna persona enfrente de mí. Instintivamente dirigí mis manos hacia mi pecho mientras creí divisar el atisbo de una mancha oscura que flotando deformada en el aire caía hacia la calle. El ensueño de los segundos precedentes había dado paso a algo semejante a una súbita inyección de adrenalina en el corazón junto a un insoportable dolor, para repentinamente transformarse en asombro e incredulidad cuando mis ojos por fin pudieron enfocar la imagen que tenía enfrente: una gran paloma que se retorcía en el aire con las alas desgarradas caía hacia la calle para terminar dura a mis pies en el agua que la cubría completamente hasta taparla.
Mientras buscaba aire desesperadamente y me sujetaba el tórax con ambas manos por el dolor, extrañamente lo único que se me ocurrió pensar fue si la paloma habría muerto por el fuerte impacto en mi pecho o si por el contrario estaba muriendo ahogada. Mi desorientación era tal que sencillamente no sabía dónde estaba ni hacia dónde iba. Entonces noté que mis pantalones estaban todos manchados con lo que parecía estiércol de ave, supongo que producto del impacto. Desorientado, tomé mi pañuelo y traté de limpiarlos lo más posible, aunque no con mucho éxito. Observé a mi alrededor hacia todos lados, tan sólo para darme cuenta que el señor del kiosco de la esquina me miraba incrédulo y sospecho que entendía mucho menos que yo del suceso del cual estaba siendo espectador privilegiado. Por su expresión estoy casi seguro que me vio, pero no tengo forma de probarlo. Para el resto del mundo, todo pasó completamente desapercibido, ya que la luz del semáforo había habilitado a cruzar en el momento del impacto y decenas de personas avanzaban presurosas sin siquiera mirarme.
Shockeado, sólo atiné a marcharme lo más rápido que pude -aunque muy dolorido, por cierto- observando paranoico en todas direcciones y rogando no ser impactado nuevamente por otra ave desquiciada.

De esta insólita experiencia sólo me queda la ínfima esperanza de que la paloma no haya muerto finalmente, para así lograr liberarme de un extraño sentimiento de culpa que hasta el día de hoy no puedo entender y mucho menos explicar. Aunque cuando lo analizo mas fríamente, llego a darme cuenta que si me hubiese pegado en la cabeza, quizás no estaría aquí para contarlo…"

Eso, a mi humilde entender, es surrealismo.


El médico brujo


La medicina ha involucionado. Los médicos de hoy son mucho menos capaces que hace algunas décadas. Y ni hablar del trato que nos otorgan a nosotros, sus pacientes. Nos hemos transformado en una especie de molestia que atenta contra el correcto desarrollo de su profesión.
"¡Se volvió loco!" estarán pensando algunos. No intentaré defenderme de tal -probablemente cierta- afirmación, y menos intentando sostener inútilmente una generalización tan burda. Pero quizás alguien acabe cuestionándose alguna certeza, y habré logrado al menos el inicio de una "urdimbre creencial" -como tanto les encanta decir a los filósofos- que espero sirva para no dejarnos llevar por una tendencia tan deshumanizante.

El primer médico humano del que tenemos conocimiento se llamó UR.LUGAL.EDIN.NA, y habitó en la Mesopotamia hace al menos unos 5000 años. De lo que puede leerse en las tablillas cuneiformes que se conservan, los sumerios atribuían las enfermedades a un castigo de los dioses quienes tenían el poder y la capacidad de otorgar salud. Las curas eran por lo tanto en su mayoría de origen “mágico” y a veces de difícil comprensión para los simples mortales. Sorprendentemente –o no tanto- muchas de las medicinas que se utilizaban a base de plantas naturales, son virtualmente las mismas que se utilizan hoy en día salvo que sintetizadas mediante modernos procedimientos tecnológicos.
A partir del milenio siguiente, aparecieron documentos como el Código de Hammurabi que regulaba el ejercicio de la profesión y el Papiro de Edwin que mencionaba procedimientos quirúrgicos, tipos de diagnósticos, pronósticos y tratamientos terapéuticos. Prácticamente con el aspecto de la medicina actual según la conocemos hoy en día.
Poco más de 400 años antes de Cristo un tal Hipócrates compiló unos extensos tratados y elaboró las bases de lo que hoy se conoce como el “juramento Hipocrático”, el que se supone todo estudiante de medicina debe denunciar públicamente ante los médicos y la comunidad para convertirse en un verdadero médico. Hoy se encuentra adaptado a nuestros tiempos, luego de que fuera estandarizado en 1948 por la Declaración de Ginebra y posteriormente sufriera sucesivas adaptaciones menores.
Luego de este período la medicina evolucionó muy lentamente, y mejor no mencionar la Edad Media, donde prácticamente todo se sumergió en el oscurantismo de los que en ese momento ostentaban el poder.
En el Renacimiento, junto con otros saberes científicos y artísticos, la medicina se estableció en las tres ramas básicas heredadas de la cultura griega: la anatomía, la fisiología y la patología. En los siglos siguientes el conocimiento de la medicina quedó afianzado hasta el descubrimiento del microscopio hacia inicios del 1600. Este elemento tecnológico disruptivo renovó por completo la fisiología y la patología hasta tomar forma y consolidarse en una medicina contemporánea.
Lejos quedó atrás el “médico brujo” al que muchas tribus de diversas latitudes respetaban, confiaban y temían como auténtico y único emisario del conocimiento y poder divino, quien mediante sus brebajes secretos y pases mágicos dedicaba su vida a curar enfermedades –o expulsar maleficios- en beneficio los miembros de su comunidad. La ciencia evolucionó, la tecnología llegó y hemos matado al médico brujo.

La medicina es una ciencia basada en hechos, ya que su método científico es el método experimental. La tecnología –como el caso del microscopio o los rayos x- ha sido la responsable de importantes avances, y es por este afán de progreso que hoy en día la medicina se apoya en forma casi excluyente en ella. Lamentablemente este hecho conlleva un efecto colateral indeseable. Se ha relegado o al menos ha perdido importancia relativa la psicología del paciente, el trato y contacto humano, donde la relación médico-paciente es de fundamental importancia. ¿Porqué digo esto?
La medicina de hace décadas se basaba principalmente en la habilidad del médico. El diagnóstico era una pieza fundamental, y para ello, contaba básicamente con su conocimiento, su experiencia, su intuición y su habilidad para relacionarse con el paciente y lograr su confidencia. De esta forma se producía una relación donde el paciente depositaba su confianza y se "abría" a su médico contándole hasta el más mínimo detalle de su dolencia, las veces que le había dolido la espalda, la hora exacta a la que le había aparecido el sarpullido, y porque no también, la envidia que le tenía su vecino o lo mal que la había pasado en la fiesta de cumpleaños de su ahijada. El médico, con infinita paciencia, escuchaba atentamente y le hacía las preguntas clave, al mismo tiempo que procedía a efectuar una exhaustiva exploración de todas sus funciones vitales, sus órganos, ganglios, huesos, músculos. Arribaba así a un diagnóstico casi certero, el que eventualmente completaba con algún estudio menor para reafirmar su conclusión. En algunos casos delicados, requería de un estudio "avanzado" como los rayos x, que luego no hacía más que confirmar lo que virtualmente ya intuía, y a partir de ahí indicaba un tratamiento específico y adaptado a las necesidades puntuales de su paciente. Durante las próximas semanas, un sinnúmero de allegados al paciente conocerían los detalles del tratamiento y las sabias indicaciones del médico, y hasta el vecino envidioso y la antipática ahijada hablarían maravillas del médico que tan bien había tratado y se había preocupado por su paciente.

Sí, no es una profesión para cualquiera. De hecho, es quizás una de las más loables decisiones que puede tomar un ser humano: dedicar su vida a velar por la salud de sus semejantes. Hace falta mucho coraje, amor al prójimo, dedicación, vocación de servicio y respeto por la vida. Pero por más loable que sea esta decisión, la misma no nos exime de nada. Nadie nos obliga a elegir semejante responsabilidad.

Hoy las cosas han cambiado mucho. En la primera consulta, que con suerte durará unos cinco minutos, el médico solicitará una batería de exámenes incluyendo análisis clínicos, rayos x, tomografía, resonancia magnética, y cuanto estudio esté a su alcance –o al de la cobertura médica de su paciente- los cuales le solicitará traer días más tarde a una próxima visita que deberán arreglar con su secretaria. El paciente saldrá asustado y se enfrentará en los días siguientes a una ridícula cantidad de esperas en distintos centros de diagnóstico, largas discusiones con la administración de la cobertura médica por el sello faltante en un papel inentendible, y una angustia creciente por la cantidad de opiniones "médicas" e historias macabras sobre dolencias mortales que le contarán sus eventuales compañeros de trámites a lo largo de su odisea.
Por fin volverán a su médico con una carpeta de estudios e informes crípticos que el profesional mirará rápidamente como quien hojea una revista vieja. Buscará algunas palabras clave o alguna imagen típica, que de no existir, permitirá que le recete al paciente en un pequeño formulario escrito con auténticos jeroglíficos egipcios, algún medicamento “inocuo”, reposo, actividad física, dieta, o lo que le venga en ganas en ese momento. Le prohibirá terminantemente la aspirina por temor al “síndrome de Reye”, del cual jamás vio un solo caso en toda su carrera pero en los congresos dicen que es peligroso. Luego le explicará en términos inexpugnables su supuesta dolencia y finalmente lo despedirá apurado. Es muy poco probable que alguna vez lo mire a los ojos, y virtualmente imposible que lo reconozca por su aspecto en una eventual próxima visita.
Si por desgracia, los estudios indican alguna mala noticia, será derivado a algún especialista que le practicará alguna cirugía o procedimiento con algún equipo de altísima tecnología, donde el error humano será drásticamente minimizado por la asistencia computarizada y afortunadamente quedará en manos del último grito de la ciencia y de las estadísticas.
Es cierto, hay que reconocer que hoy podemos salvarnos de dolencias que antes significaban una muerte segura. O que algún medicamento de última generación nos brinde la cura de algo impensable hace algunos años atrás. ¿Y todo esto gracias a quién?
Pues a los genetistas, ingenieros, físicos, químicos y otros científicos de nuestro tiempo. ¿Y los médicos? Bien gracias. Muy ocupados hojeando despectivamente informes como revistas viejas, recitando en forma monocorde vocablos inentendibles, muy apurados y sin poder recordar el nombre, y mucho menos el aspecto del paciente que atendieron hace quince minutos.

No tengo ni la menor idea quién era la médica que hace unos años -mientras sujetaba un informe con su mano temblorosa- me diagnosticó meningitis y acto seguido desapareció despavorida. No quiero recordar al imbécil que tuvo esperando durante días a mi hermano desesperado de dolor para finalmente decirle a través de su secretaria que no tenía el talonario a mano para recetarle el calmante apropiado. Ni a la incompetente que quería someter a una cirugía de estómago a mi hijo de quince días de vida basada simplemente en el caprichoso comentario de una colega.

“Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio de la humanidad….
…ejercer mi profesión a conciencia y dignamente…
…velar ante todo por la salud de mi paciente…
…con el máximo respeto por la vida humana…”

Sin embargo, toda mi familia recordará agradecida al meticuloso y responsable médico aquel que pacientemente dedicó todo su tiempo durante semanas hasta encontrar la cura para la alergia de mi padre, o al pediatra que se golpeaba desesperado la cabeza porque no podía explicar porqué yo tenía sarampión por tercera vez. Nos conocían por nuestro nombre, nos visitaban un feriado para tomarnos la temperatura, nos escuchaban una y otra vez cómo y cuánto nos dolía la espalda y confiábamos en ellos como nuestros ancestros lo hacían en el médico brujo. No tenían mucha tecnología, no hojeaban informes despectivamente, no estaban apurados, no hablaban en difícil.

Simplemente nos trataban como lo que se supone que somos, seres humanos.

Caos


La palabra caos tiene para la gran mayoría de las personas un significado inmediato relacionado con la confusión, el desorden. Como segunda acepción solemos darle un significado mítico y de alguna forma relacionado con el universo. De hecho, los griegos le llamaban “khaos” a algo que significaba “vacío que ocupa un hueco”, y en su mitología era el abismo amorfo que existía antes de la creación del universo y ordenamiento del cosmos. Era la primera cosa que existió y la “matriz de la cual surgió todo”. Bajo esta idea, el universo no había surgido de la nada, sino de esta matriz que denominaron simplemente “caos”. Es interesante notar la evolución del concepto, ya que hoy en día, los científicos definen caos como el comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos, aunque su formulación matemática sea en principio determinista. Según esta visión, el caos puede ser extremadamente complejo, pero puede predecirse. El azar no. Los científicos han formulado sistemas caóticos para predecir fenómenos tan complejos como la bolsa de valores, el crecimiento poblacional, o el clima. El caos, a diferencia del azar, no implica la ausencia de orden, sino que define un orden de características extremadamente complejas y en cierta forma cíclicas, pero que pueden describirse de forma precisa y tangible.
Los sistemas caóticos, son extremadamente sensibles a las condiciones iniciales. La más mínima variación hace que el sistema evolucione en forma completamente diferente y se produzcan resultados finales totalmente disímiles. Esto se ha popularizado como el "efecto mariposa" debido al ejemplo utilizado usualmente para describirlo. Una mariposa bate sus alas en un lugar del planeta, lo que produce pequeñas perturbaciones en la atmósfera circundante. El movimiento de partículas a su vez influye sobre otras generando una reacción en cadena de proporciones mayores. Así, en forma transitiva el efecto se va multiplicando y al cabo de un mes estos cambios podrían alterar la trayectoria de un tornado de forma tal que se produzca o inclusive desaparezca un huracán en el lado opuesto del planeta. Si la mariposa no se hubiese movido, el resultado final pudiera haber sido muy diferente.
La matemática de los sistemas caóticos ha dado lugar también a una geometría caótica que es conocida por sus llamativos “fractales”. Estas figuras son producto de graficar ecuaciones que representan objetos de forma irregular y que se repiten a diferentes escalas. Esto hace posible que encontremos detalles similares a cualquier escala de observación. La más pequeña parte representa algo que se parece al todo. En la naturaleza encontramos fenómenos como que las nubes mas pequeñas se asemejan a las más grandes, los copos de nieve hexagonales se juntan formando copos más grandes también de forma hexagonal, las hojas múltiples formadas por hojas más pequeñas están compuestas de hojas de la misma forma, las irregularidades de las franjas costeras son similares a toda escala y hasta las partículas que giran en torno a los átomos se asemejan a planetas orbitando estrellas.
Esta característica de repetición a toda escala de estas figuras ha sido llamada autosimilitud. Y esta es una de las cosas que hacen que los matemáticos a veces me maravillen. Autosimilitud: que se parece a sí mismo. El concepto es sencillamente brillante. No se parece a otros, sino a sí mismo. Simple. Y en creer que es obvio se encierra el error y de ahí la belleza del concepto. Llama instantáneamente al engaño, a creer que es obvio que todo se parece a si mismo. Sin ir más lejos, mi vida es un caos sin embargo no todo se parece claramente a sí mismo. De hecho, a veces, llego a pensar que no se parece nada…
Pero debemos considerar además la naturaleza repetitiva de las cosas, los ciclos y la recurrencia. El clima mismo aparenta ser un fractal a varias escalas. Y todo de alguna forma se repite, como si formara parte de algo deliberadamente establecido. Estamos ante la presencia de la arquitectura de la naturaleza que en el detalle se devela a sí misma y entrega atisbos de su forma y diseño ocultos.
Hace dos siglos, Laplace propuso en la introducción de su libro “Ensayos Filosóficos sobre el cálculo de Probabilidades” que “una vasta inteligencia, provista de todas las interacciones entre las componentes del universo material y de sus posiciones y velocidades podría en principio predecir toda la evolución futura del universo”. En palabras más simples: todo está perfectamente predeterminado. Lo paradójico es que en el mismo libro explicaba las matemáticas de los fenómenos aleatorios, o azarosos, que no pueden predecirse.
Entonces hay quienes postulan que la única diferencia entre un sistema predecible de uno que no lo es, es simplemente la capacidad humana. El azar es sólo simple ignorancia de cómo están determinados los sucesos. Es no haber encontrado aún el orden subyacente en el desorden. De hecho, el avance científico hoy nos permite gracias a los sistemas caóticos y a complejas computadoras pronosticar el clima con detalle aceptable por aproximadamente una semana, cosa que hace dos siglos era absolutamente descabellado e impensable y muy probablemente relacionado con lo paranormal. Se trata quizás de si hemos o no encontrado y dominado ya la fórmula que determine su comportamiento y así saber lo que va a suceder para predecirlo. Y aquí llego por fin al tema de siempre:
Predecir el futuro…
A la luz de la teoría del caos, esto es posible. Extremadamente complejo de implementar. Infinitamente difícil. Pero posible. Y me surge entonces una pregunta salvaje que me ataca el alma ¿Está TODO escrito?
El creer que somos libres y que el futuro depende estrictamente de nuestros actos ¿es sólo una ilusión? ¿No existe opción a lo que va a suceder aún cuando creemos que elegimos cada simple acto? ¿Las elecciones son simplemente parte de una línea de sucesos determinados? ¿Existe una fórmula infinitamente compleja que puede predecir toda nuestra vida y la de todo el cosmos?
Si esto es así, el universo está perfectamente formulado y sus infinitas galaxias siguen un patrón predeterminado. La vida es una combinación precisa y perfecta de elementos en equilibrio energético formulada hasta el mínimo detalle. El meteorito que abrió el golfo de México estaba calculado para hacer desaparecer los dinosaurios con una nube de polvo. Millones de años después los humanos apareceríamos para que yo me rompiera el pulgar de la mano derecha con apenas un año de edad, viera el cometa Halley a los dieciocho años y más tarde por televisión en directo cómo caerían las torres gemelas. Y todos los que desaparecerían en el evento estaban previamente elegidos para estar ese día, en ese lugar y a esa hora precisa. Y también el perrito aquel que atropellé con mi Fiat 600 y que tan mal me hizo sentir. Y también que creyéramos que el azar en realidad sí existe y que lo que estoy escribiendo es una falacia. Todos mis aciertos y mis errores estarían ordenadamente establecidos de antemano y también la alegría y el dolor. Y mi angustia, y el amor. Eso también estaba calculado.

Hace tres mil años el Rey Salomón anhelaba la sabiduría. Y en lo que fue quizás un momento de fuerte angustia pero de brutal lucidez escribió: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará: y no hay nada nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.”
Entonces me acuerdo de Neo y su universo virtual controlado dentro de la “matriz” y su arquitecto creador, y de la “matriz de la cual surgió todo” para los griegos. Y desesperadamente presiento que todos y cada uno de los infinitos sucesos del universo estaban completamente programados, predestinados o en cierta forma escritos. Nada es producto del azar. No puedo cambiar el futuro aunque crea que decida a cada minuto con o sin razón, con o sin lógica, con o sin amor. Todo en el universo iba a suceder de una forma específica y caprichosa. Todo estaba absolutamente escrito, todo!
Creo llegar a entender a Salomón y comparto parte de su inmenso dolor.

Aunque al final, no se quién me creo con esta ridícula diatriba. En definitiva, esto también estaba escrito...

La verdad


Desde temprana edad y por complejos motivos de mi psiquis (un tanto largo y aburrido de explicar) siempre me atrajo la idea de saber la verdad de todo. Sí, así de simple: de todo. O para acotar un poco el utópico deseo, de todo lo que de alguna forma se constituyera en motivo de mi interés en ese momento. Y entre muchas otras cosas, quise saber la verdad sobre temas tan disímiles (o no tanto) como la religión, la conquista española de América, los OVNIS, los sumerios, las pirámides, la relatividad de Einstein o la presesión del movimiento terrestre y el calendario azteca. También quise saber la verdad sobre mi nacimiento 20 años más tarde que mis hermanos, la verdad sobre porqué mi novia me había dejado, la verdad sobre cómo era mi padre detrás de su aparente seriedad, la verdad sobre el divorcio y hasta la verdad sobre la verdad misma. Por oposición, siempre me molestó mucho "la mentira", o lo que he interpretado como aquella intención de ocultar o al menos desfigurar "la verdad". Y pasé mi adolescencia, mi temprana juventud y casi todo lo que sigue, tratando de satisfacer mi sed de verdad y aborreciendo la mentira y todos sus cultores. Y tanto busqué “la verdad” que me llegué a creer paranoico, a tal punto que hizo complicadas mis relaciones interpersonales con quienes no adherían a mi precepto básico.
Y si tanto me interesa "la verdad", cabe entonces la pregunta: ¿Que es la verdad?
Y para ser totalmente directo, no me siento nada original haciéndome esta pregunta. Ya la hicieron muchos en toda nuestra historia y creo que nadie encontró una respuesta fácil, simple, contundente e inmediata. La respuesta puede buscarse desde distintos ángulos, pero nadie ha llegado a estar de acuerdo en una única definición que pueda englobar las distintas interpretaciones que el ser humano le ha dado a lo largo de su historia, ya sea objetiva, subjetiva, relativa, absoluta, o como pretenda entenderse. Y aún así, sigo preguntándome qué es ¨la verdad¨, esa verdad más allá de toda definición, esa verdad que calme la angustia, esa verdad que no requiera más nada para explicarse a sí misma.
Si hay una anécdota casi reveladora al respecto -a mi juicio- es la pregunta de Poncio Pilato a Jesús durante su interrogatorio antes de ser sentenciado.
-"¿Que es la verdad?"- preguntó el quizás más astuto de los políticos de todos los tiempos. Lamentablemente no hubo respuesta. O al menos no fue directa, ni inmediata. Y si la hubo, no quedó registro de ello. Lo más interesante de todo, es que ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas hacen mención al hecho, y sólo Juan se hace eco de semejante momento. Quizás los otros tres lo censuraron por no haber respondido, o quizás peor, ni siquiera se dieron cuenta de la relevancia de la pregunta…

Hacía unas semanas que por diversos motivos la pregunta había vuelto despiadada a mi mente, decidida a no dejarme en paz. Fue una tarde mientras tomaba un café con mi sobrino segundo -que por un motivo ya mencionado aquí es mayor que yo- cuando simplemente la repitió. Yo hablaba de cualquier otra cosa, pero no tengo más opción que pensar que él percibió algo y por eso fue directo al punto. Y por más acostumbrado que estuviera a pensar en la pregunta, inmediatamente volví a sentir la angustia que provoca su incalculable poder. Acto seguido recordó a Pilato, y ambos nos reímos incómodos. Me fui ese día con una molestia, una especie de piedra en el zapato, algo que no me dejaba respirar tranquilamente.
Días más tarde, mientras paseaba con mi hijo por un centro comercial, mi mente vagaba buscando una señal, una pista, quizás un milagro. Sin planearlo, entramos en un local de rubros varios y la charla giraba en torno a un juguete que "no teníamos". Mientras mi hijo revisaba sus posibles opciones, sin pensarlo me acerqué a una mesa con libros y tomé uno cualquiera, al azar. Creo que la tapa era azul, pero no podría asegurarlo. Lo abrí cerca de su parte media, en cualquier página, mirando sin mirar, porque mi mente estaba en otro lado. Y leí un párrafo cualquiera, sin elegirlo, y fue en ese momento cuando mi corazón se aceleró y casi pierdo el equilibrio:

"El alumno le pregunta al maestro -¿Maestro, qué es la verdad? Y el maestro le responde: -La vida de todos los días".

El libro cayó sobre la mesa y nos fuimos rápidamente. No se todavía si es la respuesta a mi pregunta, pero al menos aprendí que a veces no estamos preparados para encontrar lo que buscamos…

Paramnesia


Creo recordar que esto nunca sucedió. En realidad, sucedió que alguna vez lo soñé, y hoy lo soñé otra vez, confundiéndome aún más. Me acabo de despertar y el avión vuela suavemente, casi todos duermen o simplemente esperan resignados que lleguemos a destino. Claramente no ocurrió absolutamente nada, aunque juraría que acaba de suceder. La sensación fue muy fuerte y en mis oídos todavía retumba el rugir de las turbinas durante las maniobras. Pero no, es totalmente absurdo. Por más real que parezca un Airbus 340 de línea no haría semejante locura. El piloto sobrevoló en forma rasante por la ladera ascendente de una enorme montaña y casi no pudimos alcanzar a sortear la cima. Al menos esa fue la sensación -demasiado fuerte por cierto- que sentí en el estómago, debido a la desaceleración cuando parecía que el avión entraría en pérdida. Y luego la caída casi libre sobre la ladera opuesta descendente. Si no fuera un avión juraría que parecía una montaña rusa. ¿Pero que objeto tiene maniobrar un avión de pasajeros de esa forma? Definitivamente es un disparate, sólo lo soñé.
Pero lo insólito es que no es la primera vez que esto me ocurre. Ya experimenté esto en un vuelo anterior. No recuerdo cuál, pero creo que era mientras volaba sobre en esta misma región. ¿Donde estamos? ¿Oeste de Brasil o Bolivia? Si, aproximadamente. También fue aquí. Y ahora recuerdo claramente: me desperté exactamente como ahora y con la misma extraña sensación. Y dudé de si efectivamente había ocurrido o no, y llegué a la misma conclusión: lo había soñado. ¡Pero lo más asombroso es que también sabía que ya había vivido ese mismo evento en un vuelo anterior y que quizás también lo había soñado!
Definitivamente debo estar volviéndome loco. ¿Cuantas veces me sucedió esto? No lo se a ciencia cierta. Parece una cadena interminable de sueños sobre la memoria de un sueño anterior. Me recuerda lo que sucede al enfrentar dos espejos y espiar hacia ambos lados la infinita sucesión de reflejos del propio reflejo. La diferencia es que ahora estoy espiando hacia un solo lado: el pasado... ¿Y el futuro? ¿Seguiré experimentando esto en otros vuelos? ¿Estaré en medio de una infinita sucesión de sueños sobre sueños? Por más que lo piense no encuentro la forma de asimilarlo. Ni creo que tenga mucho sentido, porque al fin y al cabo se supone que no conocemos el futuro...
Me quito los auriculares porque me duelen bastante las orejas. No se cuántas veces debo haber escuchado este tema de Robert Johnson desde que salimos, porque accidentalmente el iPod quedó en modo repetición. Me río de pensar que como dice un conocido maestro del Kung-Fu "los accidentes no existen". Aunque quizás no fue un "accidente" después de todo... Y ahora estoy absolutamente aterrado: ¡Acabo de recordar que la vez anterior que me ocurrió esto también me desperté escuchando Robert Johnson!
Mejor le pido agua a la azafata...

Los rescatistas

Hace rato que estamos aquí encerrados sin hacer nada. Son más de las tres de la mañana, y a pesar de que mañana es sábado, no es justo estar perdiendo el tiempo en un lugar ridículo como este. Aunque para ser absolutamente honesto, no estoy muy preocupado y los muchachos tampoco. Marcelo se ríe y toma fotografías para conservar el recuerdo. Andrés festeja la ocurrencia de su amigo al mismo tiempo que investiga en qué piso estamos (aparentemente medio ascensor por encima del nivel del suelo). Cany no para de reírse, me mira y nos reímos juntos. Ambos nos sorprendemos por el surrealismo espontáneo en el que nos estamos viendo envueltos y del infinito número de eventos precisamente estructurados que tuvieron que sucederse para que estemos todos juntos en este lugar, este día, a esta hora y en esta absurda circunstancia. Ya es demasiada casualidad que mis amigos coincidieran en el mismo vuelo de mi sobrino Cany siendo que los motivos de sus viajes son diametralmente diferentes. Sólo basta mencionar que Cany vive en Buenos Aires, y mis amigos no. Repito, no estamos preocupados, por alguna razón sabemos que esto es manejable. Hasta va a ser una anécdota por siempre. Y nos vamos a reír todas las veces que la recordemos.


Después de haber llamado a los gritos al cajero del estacionamiento por la abertura de la puerta, el hombre al fin nos escucha, y se comunica con personal del aeropuerto. Hace calor aquí, no funciona la ventilación del ascensor y la pequeña abertura que hay entre las puertas apenas si deja pasar el aire. Se va a poner pesado si esto se demora. Pensar que se bajaron los tres de un avión que llegó en menos de dos horas desde San Juan, y quizás pasen más tiempo encerrados en esta caja metálica. Aunque no creo que sea para tanto. Marcelo bromea que habría sido más rápido venir en autobús. Todos nos reímos nerviosos.


Ya hay un gentío afuera pero no pasa nada concreto. Andrés está agachado haciendo fuerza con sus dos manos para agrandar la abertura central de las puertas y mientras espía la situación exterior nos describe cada integrante del equipo de rescatistas. Se aleja y sigue bromeando con Marcelo. A esta altura ya han hecho cómplice a Cany con sus ocurrencias. Yo decido pegar la oreja a la puerta y tratar de escuchar qué están planeando afuera. Hablan poco, frases sueltas, claramente nadie está coordinando, o al menos nadie tiene voz de mando.


Reflexiono sobre la situación y sobre las reacciones de la gente a eventos desafortunados de este tipo. De pronto llaman mi atención “los rescatistas”. Tremenda responsabilidad les toca a quienes les corresponde sacar del problema a otros. ¿Les corresponde? Rescatistas, directores, padres, políticos, policías, gobernantes, bomberos, psicólogos, andinistas, médicos, santos de estampitas. ¿Realmente la responsabilidad es de ellos? Algo no me cierra del todo... (igual me quejo de los gobernantes...)


Alguien menciona algo de un interruptor. Instantáneamente vuelvo a prestar atención. Una voz comenta que “yo se que le meten un alambre por ahí” y más cerca alguien le responde que “sí, tal cual, eso es lo que vamos a tratar de hacer”. En ese preciso instante me doy cuenta que la situación es bastante más seria de lo que parecía. Estamos en manos de nadie. Ahora me cuestiono quién y cuándo nos va a sacar de aquí. A medida que lo pienso me doy cuenta que estábamos esperando a quien se supone que está en posición de solucionar el problema y ya habíamos tomado la posición de afectados. Estábamos simplemente esperando. Es una posición que me disgusta, pero casi por convención la estaba aceptando. El problema ahora es que si no hacemos algo es probable que nos tengamos que quedar a vivir en un ascensor.
Uno de los del equipo de los “rescatistas” está insistiendo con algo metálico y se escucha que golpea en la parte de abajo de las puertas. Andrés insiste en tratar de separar las puertas y logra una pequeña abertura que deja ver unos alambres tensados horizontalmente. Un alambre doblado tanteando desde abajo se mueve en forma desordenada. Es la sofisticada herramienta de los "rescatistas"... Marcelo me ofrece su celular con linterna, lo acepto, no sin antes festejar lo práctico de la herramienta y lo oportuno de su utilidad. Ya nos estamos entusiasmando. Ilumino toda la zona que queda a la vista y alcanzo a ver unos cables, luego roldanas que sostienen unos alambres tensados y unos elementos plásticos semejantes a contactos o relays. Le pregunto al “rescatista” qué es lo que está intentando hacer con el gancho. No me contesta y siguen hablando bajo entre ellos. Andrés insiste. Nada, no contestan. Ambos insistimos. Por fin contesta que “quiero engancharlo arriba”. Andrés le pregunta que si se refiere a los alambres tensados horizontalmente. Su respuesta es incomprensible.
Mientras tanto, yo con los dedos estoy tanteando el objeto plástico en busca de algún elemento móvil. Creo que hay algo que se mueve, no se qué es... pero acabo de aflojar la puerta interna del ascensor. Se abre gloriosamente de par en par. Intenta cerrarse nuevamente pero rápidamente la bloqueamos Andrés y yo con un pie de cada lado. Andrés ahora insiste con el “rescatista” explicándole que tenemos todo el mecanismo a la vista y que con el "gancho" podríamos actuar sobre donde él lo indique. Pareciera como que o bien no nos escuchan o no quieren responder. O ambas cosas. En realidad creo que tienen miedo de la responsabilidad que les ha tocado y no tienen ni la más remota idea de qué hacer. Pero están en la posición de quien se supone tiene que solucionarlo, y al menos la han asumido honestamente. Lamentablemente no saben cómo hacerlo y quizás repiten algo que vieron en alguna oportunidad de alguien que sabía... o quizás sólo tuvo suerte... no quiero ni pensarlo.
Andrés se molesta, le pide el gancho de alambre y acto seguido lo toma. No se si realmente  la persona se lo dio o si Andrés se lo quitó, pero ya es nuestro trofeo y estamos tratando de enganchar el alambre horizontal con la sofisticada herramienta. Andrés lo logra, pero no tiene efecto alguno sobre la puerta. Es claramente la correa del mecanismo y no tiene objeto engancharla. Le pido el gancho e intento accionar lo que creo que es un switch. Después de varios intentos la puerta exterior por fin se abre completamente. Si bien estamos bastante alto con respecto al suelo no hay mayores problemas en saltar. Primero las mochilas y luego uno por uno. Soy el último y le insisto a uno de los “rescatistas” que sostenga firmemente la puerta para evitar que se cierre mientras salgo. Me dice que sí, pero claramente no está haciendo ninguna fuerza con sus manos. ¿Me está tomando el pelo o no entiende lo que le digo? No confío en lo más mínimo y salto con velocidad para evitar ser atrapado por la puerta. Estamos por fin todos fuera del ascensor.


Nos vamos rápidamente hacia el estacionamiento. Un “rescatista” nos sigue y sube junto a nosotros al otro ascensor. Todos festejan el chiste obvio de que ahora nos quedaremos atascados en este otro. Bajamos del ascensor y el “rescatista” nos sigue. ¿Qué le pasa a este hombre? ¡Qué pesado, queremos irnos de una vez! Insiste en hablar con alguno de nosotros. Pareciera estar preocupado sobre nuestra reacción al incidente. Le digo que ya pasó y que estamos apurados. Más de cuarenta y cinco minutos en un ascensor hacen que su preocupación se nos antoje irrelevante. Cany, Andrés y yo nos adelantamos. El hombre insiste, supongo que porque le preocupa una eventual queja o demanda. Pensándolo bien ¡hasta tenemos fotos! Por hartazgo, Marcelo le da su nombre y teléfono, el hombre se calma y por fin nos vamos. Lo llevamos primero a Cany a su casa y luego Andrés y Marcelo vienen a mi casa. Al fin y al cabo vinieron para ir al concierto de Peter Gabriel (estamos seguros que va a ser un concierto inolvidable) y esta anécdota será parte del folklore de las reuniones de amigos en el futuro.


Llegamos a casa, es tarde pero la charla está animada y el whisky la torna más interesante aún. Y me pregunto si en nuestra locura diaria no estaremos todos atascados en un ascensor... No, no... es una metáfora muy obvia. Me estoy quedando sin hielo y apenas si he tomado un par de vasos... ¿Será entonces que una desafortunada combinación muy bien estructurada y cronológica de eventos nos precede para encerrarnos en el momento presente? No se bien qué estoy pensando, pero me gusta cómo suena... En realidad no hay que preocuparse mucho, porque al fin y al cabo ahí afuera están los “rescatistas”...