Divagando


El blues es una música simple, básica, pero fundamentalmente emotiva, razón quizás por la cual se ha mantenido así durante casi un siglo ya, y su forma no ha variado virtualmente en nada. Se han modernizado los instrumentos, las técnicas de ejecución, los medios tecnológicos de audición, pero el blues que nos dejó Robert Johnson sigue siendo el patrón básico de hoy: doce compases, tres acordes y una característica línea rítmica de bajo. Son canciones elementales, despojadas, casi irreverentes, pero le debemos todo a este simple modelo. Es más, voy a decir que toda la música actual se la debemos a Robert Johnson.

Es aceptado que el jazz, el rock, y hasta en cierta forma el pop provienen de blues, consecuentemente cualquiera de sus respectivas variantes también provienen en alguna medida del blues. Dicho de otra forma, prácticamente todas las corrientes actuales de la música han tomado algo del blues, y decir blues es decir Robert Johnson, por lo que directa o indirectamente, conociéndolo o no, tomaron algo de Robert Johnson. Tanto los expertos como los iniciados en el blues argumentarán que también hubo otros desde unos años antes y durante la época de Johnson que influyeron en el patrón básico del blues. Y a todos argumentaré que no son comparables en lo más mínimo, no se aproximan siquiera a la contundencia, simpleza, claridad y desgarradora emoción que tuvo Johnson en sus composiciones y sus interpretaciones. Y no es necesario argumentar en detalle esta aseveración, dado que ya lo han hecho grandes y reconocidos músicos de la talla de B.B King, Keith Richards, Eric Clapton, Jimmy Page, Steve Windood, sólo por nombrar algunos. El legendario cantante Robert Plant de Led Zeppelin mencionó en una oportunidad: “Robert Johnson es a quien todos le debemos la existencia, en cierta forma”.

Y aquí es donde no conforme con lo anterior, elevo mi apuesta para asegurar que toda la música actual, no sólo se la debemos a Robert Johnson sino que además se la debemos puntualmente a la canción “Ramblin’ on my mind (“paseando por mi mente”, o “divagando”), que es el patrón básico del blues y el rock and roll.

Es tan elemental como que hasta cualquiera que jamás haya escuchado Ramblin’, cuando lo haga por primera vez dirá que la reconoce en el acto –a menos que haya vivido en una nuez o sea un recién llegado de otro planeta- por la sencilla razón de que miles de canciones de blues y rock actuales tienen la misma estructura, ritmo, versos y en algunos casos hasta partes de la melodía. La línea rítmica del bajo es tan característica que es lo primero que reconoce hasta cualquiera que no entienda nada de música y sólo tenga un poco oído.

Lo llamativo es que no hay una sola canción anterior a Rabmlin’ que responda por completo a este planteo. Es cierto que hubo un par de canciones de LeRoy Carr, una de Tampa Red o con mucha voluntad quizás alguna de Lonnie Johnson que pudieran postularse para ser las primeras. Pero la realidad es que ninguna de ellas es exactamente el patrón de lo que hoy se conoce como blues clásico, ya que sólo se aproximan en algunas partes. La que sentó las bases en forma clara y contundente fue definitivamente Ramblin’.

Y en este sentido al igual que Plant, también me atrevo a decir que sin Robert Johnson no habrían existido Chuck Berry, Little Richard, Hendrix, los Rolling Stones, los Yardbirds, Cream, Led Zeppelin, Deep Purple, Creedence, los Doors, Jeff Beck, Bob Dylan, Elvis Presley, y hasta en cierta forma Los Beatles, por nombrar algunos de los fundadores de toda la música actual. Mi entrañable amigo Juan Carlos –gran músico además-  diría que Elvis Presley en realidad era un impostor. Que el verdadero rock and roll era Chuck Berry, y que Elvis no era más que un producto del marketing americano que necesitaba una figura de piel blanca para llegar a las masas. No sólo admiro el humor sutil y la genialidad en el concepto de Juan Carlos, sino que su apreciación además refuerza el hecho de que la música que llegó a las grandes masas y marcó para siempre el destino de la música de este planeta provenía exactamente de la misma fuente. Hasta músicas ”cultas” y refinadas de hoy como el Jazz reconocen en el blues su esencia fundadora. “Si no hay blues no hay jazz” dice el virtuoso y afamado guitarrista John McLaughlin de la elite más exquisita del jazz actual.

Todo lo anterior -a mi entender- pone en evidencia que sin Robert Johnson y sin Ramblin’ on my mind no habría existido la música actual. O al menos con seguridad no de la forma que la conocemos.

Es casi popular el mito de Robert Johnson sobre la supuesta venta de su alma al diablo una noche solitaria en un cruce de caminos, a cambio de ser el más famoso músico de blues. Ha dado lugar a un sinnúmero de otros mitos derivados y hasta llegó al cine con la película “La Encrucijada”. Robert Johnson vivió muy poco como para poder disfrutar la fama con la que “divagaba” o que aspiraba según su supuesto pacto, pero asombrosamente su música fue más allá de lo que jamás hubiese imaginado un pobre muchacho de raza negra nacido en el Missisipi a principios del siglo XX. Casi un siglo después le debemos toda la música actual a su talento y a Ramblin’ on my mind. Y aquí es donde me da escalofríos el sólo pensarlo: quizás su pacto fue cumplido en una dimensión superior a toda medida imaginable, a tal punto que hasta el día de hoy perdura su validez... O quizás sólo fue un genio fugaz que supo entregar lo mejor de sí.

Cualquiera sea el caso, no cabe duda que Robert Johnson entregó su alma, a cambio de su fama o simplemente por nosotros, por la música que hoy disfrutamos.

O quizás sólo esté divagando…