Su realismo


El arte me apasiona en casi todas sus formas, expresiones y filosofías, pero si hay una que especialmente llama mi atención es la corriente que ha dado en denominarse “surrealismo”. Este movimiento surgió a principios del siglo XX en Francia a partir del dadaísmo y estuvo fuertemente relacionado a la figura del poeta André Breton, quien estaba en la búsqueda de una forma de expresión que no siguiera un patrón racional y estructurado. Breton buscaba una forma de expresión libre de toda convención preestablecida, donde el dictado del pensamiento no estuviese limitado solamente por lo racional o por la realidad. En 1924, Bretón escribió lo que se conoce como el “Manifiesto Surrealista”, donde entre otras ideas expresa:
"…El surrealismo se basa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación previamente desdeñadas, en la omnipotencia del sueño, en el desinteresado juego del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos, y a sustituirlos para resolver los principales problemas de la vida.”
Me llama poderosamente la atención la creencia en una “realidad superior”, la cual según este movimiento, no es posible alcanzar mediante el pensamiento racional y lógico, sino por el contrario dejando fluir las ideas en forma libre y sin convencionalismos. Dicho en términos más simples y directos: existe una realidad superior donde todo es posible. En esa dimensión una silla y un gato vuelan, un reloj se derrite colgado de una rama, o los elefantes caminan con patas de decenas de metros de largo (tan sólo por mencionar una fotografía de Halsman o un par de cuadros de Dalí).
Como si la idea rectora y básica fuera poco, Bretón estableció además el concepto de “psicología surrealista”, que se centra en el inconsciente. En este lugar de la psiquis humana, la realidad no se hace objetiva, sino que pasamos a formar parte de ella como un todo. Esto se hace más evidente en los sueños, o cuando suceden eventos azarosos únicos o significativos. Durante estos eventos azarosos únicos es donde coincide el deseo o pensamiento particular de la persona con lo que el universo pone a su disposición.
Aunque parezca increíble, puedo ejemplificar el concepto con algo que me acaba de ocurrir. Mientras escribía, encendí la televisión para romper un poco el silencio reinante en mi casa. El aparato estaba sintonizado en el canal Film & Arts, donde casualmente están transmitiendo un programa sobre artistas surrealistas. Es -quizás- una asombrosa coincidencia, pero la sorpresa es grande por el hecho de estar justamente escribiendo sobre el tema, lo que me afecta emocionalmente y hace de esta casualidad algo significativo. El psiquiatra Carl Jung dedicó parte de sus últimos estudios a este extraño fenómeno al cual denominó sincronismo.
Este último concepto -sumado a lo anterior- es lo que a mi entender hace más atractivo al surrealismo: la ocurrencia de un evento irracional, ilógico, azaroso en su apariencia pero significativo, y que nos afecta emocionalmente.
Así, considero que el surrealismo no es sólo un movimiento artístico, sino que es parte de la vida misma. A muchos de nosotros nos suceden a veces eventos surrealistas (como el programa de televisión mientras escribía), pero a algunos les suceden más que a otros. Y hay un número selecto de individuos a quienes pudiéramos considerar “artistas” no por ejercer algunas de las formas convencionales del arte, sino por su vida misma, por las cosas que les suceden a diario, por vivir una realidad alternativa, su propia realidad, por “su realismo”. Tal es el caso de mi sobrino Cany, quien posee la extraña habilidad de estar casi siempre involucrado en los eventos más insólitos e inverosímiles que pueden sucederle a un ser humano. Si no lo conociera y me contaran algunas de sus “obras de arte”, sencillamente no las creería. Pero de algunas fui testigo presencial, y de otras no tengo ningún motivo para dudar de su palabra dado que lo conozco demasiado bien. Le suceden cosas tan insólitas y simples como que no se abra a su paso una puerta automática en un aeropuerto y sí lo haga cuando otra persona cualquiera se acerca, hasta otras tan complejas e improbables como ir caminando por una calle en Nueva York y pasar casualmente por donde están filmando una película, para meses más tarde en el cine descubrirse en medio de la escena principal junto con un par de renombradas estrellas de Hollywood.
Y volviendo al concepto extendido de arte surrealista como “
la ocurrencia de un evento irracional, ilógico, azaroso en su apariencia pero significativo, y que nos afecta emocionalmente” viene instantáneamente a mi mente una de sus “obras” la cual intentaré reproducir de la forma más fiel posible a como Cany -su artista- la describe: 

"Corría el año 2004, tan sólo un par de semanas después de haber llegado a Buenos Aires. Esa mañana, había salido temprano del hotel Ayamitre -que en ese momento era mi hogar- y apenas a unos pasos de distancia, esperaba parado en la esquina de la calle Ayacucho y Perón. Como es usual en algunas calles de esta ciudad, corría agua por el costado de la calle -bastante agua- la que tendría que intentar saltar cuando la luz del semáforo me habilitara a cruzar. El cálido sol matutino de febrero pegaba tibiamente en la cara, y a pesar del smog y las bocinas de los automóviles, la combinación de los elementos naturales como el agua y el sol, de alguna forma exorcizaban el ambiente urbano para transmitir una sensación de embrujo que casi hacía detener el tiempo. Mi mirada flotaba sin fijarme en nada ni en nadie, tan sólo contemplaba la magia del momento que transcurría indiferente a la gente, al ruido de motores, los taxis, los colectivos, los grises edificios...
El impacto fue tan duro que sentí que se me paralizaba el corazón. El dolor en el pecho muy fuerte, más fuerte que un golpe de puño directo al esternón que me dejó sin aire, pero extrañamente no había ninguna persona enfrente de mí. Instintivamente dirigí mis manos hacia mi pecho mientras creí divisar el atisbo de una mancha oscura que flotando deformada en el aire caía hacia la calle. El ensueño de los segundos precedentes había dado paso a algo semejante a una súbita inyección de adrenalina en el corazón junto a un insoportable dolor, para repentinamente transformarse en asombro e incredulidad cuando mis ojos por fin pudieron enfocar la imagen que tenía enfrente: una gran paloma que se retorcía en el aire con las alas desgarradas caía hacia la calle para terminar dura a mis pies en el agua que la cubría completamente hasta taparla.
Mientras buscaba aire desesperadamente y me sujetaba el tórax con ambas manos por el dolor, extrañamente lo único que se me ocurrió pensar fue si la paloma habría muerto por el fuerte impacto en mi pecho o si por el contrario estaba muriendo ahogada. Mi desorientación era tal que sencillamente no sabía dónde estaba ni hacia dónde iba. Entonces noté que mis pantalones estaban todos manchados con lo que parecía estiércol de ave, supongo que producto del impacto. Desorientado, tomé mi pañuelo y traté de limpiarlos lo más posible, aunque no con mucho éxito. Observé a mi alrededor hacia todos lados, tan sólo para darme cuenta que el señor del kiosco de la esquina me miraba incrédulo y sospecho que entendía mucho menos que yo del suceso del cual estaba siendo espectador privilegiado. Por su expresión estoy casi seguro que me vio, pero no tengo forma de probarlo. Para el resto del mundo, todo pasó completamente desapercibido, ya que la luz del semáforo había habilitado a cruzar en el momento del impacto y decenas de personas avanzaban presurosas sin siquiera mirarme.
Shockeado, sólo atiné a marcharme lo más rápido que pude -aunque muy dolorido, por cierto- observando paranoico en todas direcciones y rogando no ser impactado nuevamente por otra ave desquiciada.

De esta insólita experiencia sólo me queda la ínfima esperanza de que la paloma no haya muerto finalmente, para así lograr liberarme de un extraño sentimiento de culpa que hasta el día de hoy no puedo entender y mucho menos explicar. Aunque cuando lo analizo mas fríamente, llego a darme cuenta que si me hubiese pegado en la cabeza, quizás no estaría aquí para contarlo…"

Eso, a mi humilde entender, es surrealismo.